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Etiquetas más, etiquetas menos

9 Mar

Generalmente suelo tener cierta aversión ante esa manía que existe entre nosotros, los seres humanos, de etiquetar y catalogar a los demás.

Mi mente, en la mayoría de los casos no acepta los absolutos, y se encuentra en constante lucha cuando se topa de frente con este tipo de «absolutismos» en cuanto a lo cotidiano de nuestra vida.

Estoy convencido que en algunas situaciones las cosas tienden a ser y deben ser relativas (al menos para nuestro corto y limitado entendimiento), y me empeño en que las palabras que salgan de mi mente lo demuestren.

«Siempre», «Nunca», «Todos», «Ninguno», «Todo el tiempo», etc., son palabras que pocas veces pronuncio y pocas veces suelo pensar.

Pero que no haya dudas. Sí creo en los absolutos. Existen cosas que sí merecen entrar en esa categoría. Pero pienso que no siempre es aplicable para todos los casos y para todas las cosas.

De la mano a los absolutos van las etiquetas. Elaborar una etiqueta muchas veces (no siempre) va ligado al pensamiento «absolutista».

Recordemos algunas frases que involucren etiquetar a situaciones o personas y verás la relación que existe con los absolutos. En este caso pienso utilizar solamente una, y de manera incompleta para evitar ser ofensivo:

«TODOS(AS) los(as) __________ son ____________» (Deja que tus propios prejuicios llenen los espacios)

Pero volviendo al tema principal y que me interesa es que en realidad me gusta atribuirle lo Absoluto únicamente a Dios.

Él es el verdadero Ser Supremo en todo el Universo y desde toda la Eternidad; de toda la Historia Humana y del Único que puedo decir con certeza que se merece los calificativos máximos de Soberano Total y Absoluto de Todo el Universo, Siempre Amoroso y Bondadoso, Creador de Todo lo que existe, sean cosas invisibles como visibles, quien «…dirige, dispone, sostiene y  gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su santa y sabia providencia» (Confesión de Fe de Westminster : De La Providencia).

Basándome en esta confianza: que Dios obra todas las cosas para bien de su pueblo llamado y escogido (Romanos 8:28; 8:33), es que me alegro y gozo en sus decisiones, y así mismo me empeño en que sea conocido por otros para que puedan ver y disfrutar su bondad, perfección, hermosura y gloria.

He llegado a un punto en mi vida en el cual, con sinceridad me identifico con las palabras de Jonathan Edwards cuando dice:

«…ha ocurrido una maravillosa alteración en mi mente, con respecto a la doctrina de la soberanía de Dios, desde ese día hasta ahora; por lo que escasamente he encontrado algo parecido a una objeción contra ella, en el sentido más absoluto, en la decisión de Dios de mostrar misericordia a quien mostrará misericordia, y de endurecer a quien quiere endurecer. La absoluta soberanía y justicia de Dios, con respecto a la salvación y la condenación, parece ser la causa del descanso de mi alma, tanto como algo que hubiera visto con mis ojos, al menos así sucede en ocasiones. La doctrina, a menudo, ha parecido extremadamente placentera, resplandeciente, y dulce. La soberanía absoluta es lo que más disfruto de reconocer en Dios”.

(Jonathan Edwards, Selections [New York: Hill and Wang, 1962], pp. 58-59.)

 

1703-1758

SOLI DEO GLORIA