Ahistoricidad Evangélica

7 Ene

Galería de Puritanos famosos del siglo XVII – Teólogos: Thomas Gouge, William Bridge, Thomas Manton, John Flavel, Richard Sibbes, Stephen Charnock, William Bates, John Owen, John Howe, Richard Baxter.
Comparto una pequeña reflexión acerca de la Iglesia y su falta de interés por su propia Historia.
Soy una persona a quien le ha interesado la Historia desde muy pequeño. Puedo recordar que leía libros de Historia Universal por simple placer y curiosidad (sin necesidad de hacerlo por tareas escolares o del colegio). Entre mis favoritos se encontraba una colección llamada «Crónica del Siglo XX» o algo por el estilo. En fin, La Historia y la Geografía (en menor intensidad) son temas que aún me atraen.
Cuando empecé a leer la Biblia traté de aplicar la misma «seriedad académica» (dentro de mis humanas limitaciones y distracciones mentales) con respecto a los hechos históricos y datos geográficos narrados en ella. Y recientemente, hace poco tiempo, me interesé por la Historia del Cristianismo, principalmente la Reforma Protestante y sus frutos.
Al ir entrando en el conocimiento de la rica herencia cristiana que poseemos (no sólo como protestantes/evangélicos de los últimos 500 años sino en su totalidad), he podido ver, al intentar compartirla, la aversión que tienen ciertos evangélicos por lo que consideran de poca importancia. Pienso que tal vez, esta reacción se debe al intento de desligarnos de todo tipo de identificación o conexión con la tradición de la religión católico romana, pero no me parece algo totalmente sensato reaccionar de ese modo.
Quisiera citar a George Verwer para darle un poco más de peso a mi argumento:
«Estoy totalmente convencido que cuando en la Reforma nos separamos de la Iglesia Católica y desechamos todo lo que era católico, excluimos de nuestras iglesias un noventa por ciento de doctrinas erróneas; pero perdimos al mismo tiempo un diez por ciento de cosas buenas».
Sin embargo, encuentro muy preocupante el hecho de negarse a tener todo tipo de contacto con nuestra propia herencia protestante/evangélica.
Me dejó perplejo lo que me dijo una persona hace poco: «No necesito que nadie me enseñe cómo orar o sobre alguna doctrina de la Biblia, para eso tengo al Espíritu Santo».
Dicha aseveración puede sonar muy espiritual e incluso algo deseable, pero en realidad, es una afirmación sin ningún tipo de vergüenza de su propio Orgullo. Negarse a ser enseñado es un signo de soberbia y orgullo. Más aún cuando se trata de ser enseñado por santos cristianos que también tuvieron esa relación íntima con el Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) de la que tanto se jacta dicha persona.
Esto que comparto fue una experiencia real y es por esto que con tristeza y asombro he llegado a la siguiente conclusión: «La ahistoricidad (permanecer al margen de la historia) voluntaria de la Iglesia está ligada, íntimamente ligada, al Orgullo».
Al ser una comunidad «sin historia», no puede aprender de los errores del pasado. La Iglesia, a mi parecer, se convierte en ese adolescente que en rebeldía prefiere no escuchar los consejos de su papá y cae en problemas. Tristemente se cumple el dicho del filósofo Jorge Santayana: «Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo»
Y esto es algo que se va viendo en forma gradualmente ascendente. De esta manera cada día florecen algunas teologías «nuevas» que no son más que «re-empaquetados» de herejías condenadas en los primeros siglos en los Concilios Ecuménicos de la Iglesia, de lo cual prácticamente nadie tiene conocimiento o interés porque en su opinión «eso es algo católico».
Existe otro hecho del que he podido darme cuenta, y es que: «de la misma manera, la ahistoricidad predominante dentro de la Iglesia es un signo del amoldamiento a semejanza de la sociedad». Actualmente, dentro y fuera de la Iglesia, la tendencia mundial es dejar a un lado la articulación racional de la teología y el sostenimiento veraz de la historia, para centrarse en aquello que es divertido, nos hace sentir bien y nos evita ser catalogados como intolerantes. Alegando que el conocimiento de la Historia es aburrido y una materia propia de Nerds y maestros de Seminario, se desecha una gran bendición para el Pueblo de Dios.
Para el evangélico promedio actual, Cristo murió en la cruz hace más de 2000 años y aparte de muy pocos hechos puntuales hallados en la Biblia de conocimiento general, existe un hiato histórico. ¡La Historia de la Iglesia fue absorbida por la vacuidad!
Nos rehusamos a parecernos «al mundo» de una manera evidente, pero en este sentido, de una forma muy sutil, lo hacemos.
Nos negamos a comportarnos como «el mundo», pero lo hacemos y somos muy buenos haciéndolo.
No podemos negar que nos  parecemos mucho a él; el problema radica en que no podemos verlo con claridad al estar tan amoldados (acostumbrados) al modo de vivir que hemos aprendido. Los peces no saben que están mojados, y cuando alguien les hace notar su estado no pueden (no quieren) creerlo porque han vivido toda su existencia de esa manera.
Cualquier intento dar a conocer algo de la rica tradición que poseemos, es visto como un abandonamiento de la Biblia y dar un paso de regreso al catolicismo, porque se cree que «la Tradición es mala» pero esa es una reacción completamente exagerada y equivocada. Existe una rica y sustanciosa tradición protestante/evangélica que espera ser re-descubierta por sus herederos.
Soy un abogado de la lectura de libros cristianos, libros «de antes», centrados verdaderamente en Cristo, en la Cruz y en el Evangelio.
No pido que tengan el mismo interés a la medida que lo poseo yo, pero por lo menos un poco de humildad puede ser beneficioso para todos nosotros y para quienes vendrán en el futuro.
Hago una comparación, que como muchos recursos producto del razonamiento humano tiene sus puntos débiles, esperando que ayude a expresar el fin de mi idea principal: La Historia y en cierto grado la Tradición sirven y cumplen su propósito a la enseñanza bíblica; no porque sean indispensables ni algo mejor que la Biblia, sino porque más bien (en ocasiones) actúan como una enzima digestiva que ayuda a desmenuzar y a asimilar de una manera más fácil el alimento fuerte y compacto de la Palabra de Dios.
 
Soli Deo Gloria

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